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Anexos / Concepción Gimeno

Feminista, escritora... empresaria...


Fuente: Biblioteca virtual Miguel de Cervantes

El nacimiento de la Historia de las Mujeres en España (1884), o cuando Concepción Gimeno de Flaquer escribe «Madres de hombres célebres»

Josemi Lorenzo Arribas

1. Razones para estudiar a Concepción Gimeno

«Aunque raras veces aparece el nombre de Gimeno en la enumeración de las feministas decimonónicas, nos parece que debería ser incluida, si no por la originalidad de sus ideas, por la curiosa mezcla en su lenguaje de un registro sentimental-doméstico combinado con un fuerte tono polemicista que explaya la razón y la lógica como procedimiento argumentativo […] se combina la fuerza de la lógica y la razón con una ira feminista lo cual, proponemos aquí, convierte a esta ensayista en una voz transgresora. A la ecuanimidad arenaliana y la ira de Gimeno podríamos añadir en esta lista de tonos, la ironía mordaz de Pardo Bazán, quien dedicó largos años de su vida a polemizar con los muchos hombres que insistieron en proclamar la inferioridad de la mujer». (BLANCO, 1998: 461-462)

En estas páginas no se va a tratar de una escritora desde el punto de vista de la historia de la Literatura, o al menos no vamos a tratar la figura de Concepción Gimeno de Flaquer (1850-1919) como una escritora más de las de la época isabelina y entresiglos, sino que me voy a referir a esta autora aragonesa como un precedente de la Historia de las Mujeres en España. Se tratará, por tanto, de Gimeno como historiadora, y como una mujer con una sensibilidad que bien podría llamarse hoy feminista, situándola en su contexto cronológico y social. Para ello, además de rechazar el prejuicio tradicional, patriarcal, que arremete periódicamente contra estas autoras, hay que sobreponerse a otro, más sutil, porque parte de voces feministas y de izquierdas, que a veces niegan el compromiso feminista de ciertas mujeres por el hecho de haber sido nobles o burguesas, defensoras de su clase y estatus social.

En la conferencia que pronunció en el Ateneo de Madrid comenzaba afirmando abruptamente, sin preparación:

Uno de los problemas sociales que más preocupan hoy a los pensadores es el problema feminista […] No ha encontrado todavía eco en España; no se ha tomado en serio, porque nuestro carácter préstase más a la ironía que a la investigación. (GIMENO DE FLAQUER, 1903: 5)

Y una investigación es precisamente la que había emprendido al menos dos décadas antes de estas palabras, y que fructificó con la publicación del libro que glosará este artículo. Con ello, no quiero entrar en un debate que juzgo estéril: si la autora fue o no feminista (¿quién lo era en la década de los setenta-ochenta del XIX?), pues no se trata de otorgar etiquetas, sino de profundizar en el abanico de problemas que trata, el modo en que aborda la recuperación de la labor de las mujeres en la Historia, y los puntos teóricos de partida de los que arranca. En este sentido, un buen barómetro para abordar la originalidad de su propuesta es si a la hora de articular el discurso histórico participó en mayor o en menor medida (o se combatieron) los prejuicios patriarcales vigentes en la época.

Adelantando la conclusión, afirmo que Concepción Gimeno de Flaquer fue una autora pionera de la Historia de las Mujeres y, en el contexto de su época, feminista. Si hoy, gran parte de lo que se escribe y cabe dentro de esta categoría dista mucho de ser feminista, se acrecienta el interés por la obra de la autora aragonesa si sabemos que fue de las primeras personas en España que explícitamente habló de «feminismo», y que fue una mujer que dedicó especial esfuerzo en fundar revistas para abordar la cuestión de las mujeres. En esta colección de libros que recogen aportaciones a un Seminario sobre la Querella de las Mujeres se debe estudiar a Gimeno no sólo porque entabló relaciones con otras mujeres y las defendió en cuanto creadoras (Carolina Coronado, Faustina Sáenz de Melgar, Josefa Pujol, Emilia Pardo Bazán, Carmen de Burgos, Concepción Arenal…), no sólo porque abogó en España y en México, los países en que vivió, por la defensa y dignificación de las mujeres, sino también porque es la primera mujer conocida que articula en la Historia de las Mujeres su defensa femenina, dos décadas antes de que acabe el siglo XIX.

Es sorprendente la ausencia de Gimeno en la historiografía de la Historia de las Mujeres en España. No se la cita como historiadora a pesar del avance producido en las últimas décadas en el rastreo de los precedentes. ¿O es que empieza ex novo a principios de los años setenta del siglo XX, como se nos ha dicho? Fruto de este olvido, no hay ninguna obra reeditada de Concepción Gimeno, al contrario de lo que ocurre con otras autoras contemporáneas a ella, tampoco hay apenas ningún artículo monográfico sobre ella, a lo sumo algunos que hablan de su condición de novelista (AYALA, 2008; MUÑOZ OLIVARES, 2000), de la impronta que dejó en México (RAMOS ESCANDÓN, 2001 y 2002), o de su relevante papel como periodista (DÍAZ, 2000; CHOZAS RUIZ-BELLOSO, 2005). Como en tantas otras ocasiones, lo que sí hay es alguna referencia en la bibliografía anglosajona analizando su papel como feminista (BIEDER, 1990; HIBBS-LISSORGUES, 2006). Actualmente, mantiene su nombre un premio del SIEM (Seminario de Investigación de Estudios de la Mujer) de la Universidad de Zaragoza, así como una calle en su pueblo natal, Alcañiz (Teruel).

2. Algunos datos biográficos que interesan

Cuando todavía hoy el término ‘feminismo’ y ‘feminista’ siguen levantando ampollas, se entiende como estereotipado, y muchas mujeres (no digamos varones) huyen de él como si fuera un insulto, Concepción ya lo utilizaba sin ambages al estrenarse el siglo XX, siendo una de las primeras, no sólo en emplearlo, sino en dar una visión de lo que era feminismo, empleándolo en El problema feminista, título de la citada conferencia ofrecida en el Ateneo de Madrid en 1903. Entonces ya pasaba de cincuenta años, con lo que la elección del título y contenido de la conferencia no era una simple boutade ni un exceso de juventud. No fue un perfil revolucionario el de esta autora, sino más bien tendente a la moderación. Eso sí, con firmes principios, a los que nunca renunció. Antes que buscar una fácil provocación, pretendió poner un problema sobre la mesa, nombrarlo, adelantando una antigua reivindicación feminista categorizada mucho tiempo después, cuando Betty Friedan en La mística de la feminidad (1963) se refirió a «la cuestión que no tiene nombre» para referirse al malestar de las mujeres recluidas en el hogar.

Una lectura superficial de la biobibliografía gimeniana ya descubre muchas singularidades, que quizá no respondan todas a la mera casualidad. Ello porque no todas las mujeres acomodadas mostraron aspiraciones literarias, periodísticas y editoriales, sino que sólo una minoría de ellas escribió. Más difícil fue que hicieran de la defensa de las mujeres su causa. Finalmente, entre las pocas que encajan en este perfil, es del todo novedoso articular la defensa femenina a partir de un discurso histórico, entendido siempre desde un punto de vista ensayístico, no técnico.

Las principales fuentes secundarias para estudiar a María de la Concepción Pilar Loreto Laura Rufina Gimeno Gil (Gimeno de Flaquer, cuando se casó) son escasas, como se dijo (el panorama más completo se ofrece en BIANCHI, 2007), prácticamente reducidas a un libro de un historiador local (BUÑUEL, 1959), el clásico de SIMÓN PALMER (1991), y una entrada en una enciclopedia especializada (BIEDER, 1993), más la investigación reciente que la propia Marina Bianchi le está dedicando los últimos años. María Concepción Gimeno Gil nació el 11 de diciembre de 1850 en Alcañiz (Teruel). Precoz en la escritura, con 19 años publica su primer artículo en El Trovador del Ebro (1869), que demuestra ya una clara conciencia de los temas que la acompañarán el resto de su vida: «A los impugnadores del bello sexo», en la mejor tradición de las mujeres que se valoran a sí mismas (Emilia Pardo Bazán, nacida pocos meses después que Concepción Gimeno, no escribirá la serie de artículos que llevan por título genérico La cuestión palpitante hasta 1882-1883). Se crió en el ambiente de una población que comenzaba a ser próspera con el empuje de una pequeña burguesía industrial, pero aún así, lejos de grandes ciudades (cuando se inaugura el ferrocarril Gimeno ya hacía tiempo que había dejado su pueblo natal) y en un ambiente mayoritariamente conservador, lo que hace más meritoria su trayectoria y sensibilidad juvenil. Quede para ulteriores investigaciones conocer cuál fue el caldo de cultivo que le permitió contactar con estas preocupaciones de vanguardia, mal vistas y, aparentemente, sustanciadas por mujeres de buena condición social en cenáculos burgueses urbanos. En el ambiente alcañizano pasó los primeros veinte años de vida.

En 1871, ya trasladada a Madrid, conoce a Carolina Coronado y a Juan Valera, quienes colaborarán en las revistas que dirigirá la aragonesa. Un año después, en Barcelona, publica precisamente la primera de ellas, La Ilustración de la Mujer, cuyo título fue un programa de las intenciones que tuvo Gimeno como escritora y editora. Su dedicación a la literatura era imparable, y a pesar de su juventud se le encargaron dos capítulos de Las españolas, americanas, lusitanas pintadas por sí mismas, publicación coordinada por Faustina Sáenz de Melgar que vio la luz en 1873. La joven de Alcañiz todavía no había cumplido los 23 años.

Concepción Gimeno se casó con el periodista Francisco de Paula Flaquer y Fraise a los 29 años, que ya era edad en ese tiempo. Cuando contrajo matrimonio, por tanto, tenía ya una carrera detrás y una biografía. Esa es su identidad, y no tuvo que adquirirla con una buena boda. Había sido una niña precoz, aspecto que subraya en el Prólogo-Biografía Juan Tomás Salvany, asiduo colaborador en las empresas de la turolense, destacando en habitual ensalada su cara aniñada y lo pronto que comenzó a trabajar en periódicos para, comentando su bibliografía, rematar así: “«Ni en su vida íntima, ni en su vida social adivinaréis a la literata»” (SALVANY, 1895: 14). Se une así a la tradición de prologuistas masculinos que autorizan a la mujer que escribe, pero que resaltan la feminidad «tradicional» de tales mujeres a modo de topos y apenas hablan de los libros en sí, siempre con miedo a presentar un perfil de mujer fuerte y, a sus ojos, desnaturalizada (SIMÓN PALMER, 1992). Lejos de posturas misóginas, muchos de estos autores, hijos de su tiempo y de su contexto cultural, trataban de autorizar a las mujeres buscando categorías y justificaciones teóricas que estaban aún sin decirse y sin sistematizar. La propia Gimeno, en un texto que podría considerarse claramente un precedente de lo que hoy, con horrendo anglicismo, se llama «empoderamiento» afirmaba:

Ya no es exacto el calificativo de fuerte, aplicado al sexo masculino, ni el de débil al femenino, porque a medida que los hombres se han hecho débiles, las mujeres se han hecho fuertes. Los hombres de hoy son varones-hembras… (1887: 161)

Casada, se traslada a México en 1883, país donde creó y dirigió nada más llegar (hasta su regreso a España en 1890) otra publicación, El Álbum de la Mujer, empresa para la que contó con muchas colaboradoras. Aparecen en dichas páginas textos sobre sor Juana Inés de la Cruz, Juana de Arco y otras mujeres, se destaca el profeminismo de Feijoo, y colaboran escritoras como Catalina Coronado, Josefa Pujol, o el mismo Víctor Hugo, que envió colaboraciones especiales en atención a Concepción Gimeno (AYALA, 2008: 62-63). Tuvo éxito, porque en 1884 agranda la revista su formato (en vez de desaparecer, como muchas otras), y llega a escribir Delfina Ortega, la primera esposa de Porfirio Díaz, el presidente de la República mexicana, mujer con quien debía mantener contacto.

3. Concepción Gimeno, pionera de la Historia de las Mujeres en España

Trataré de mostrar cómo la alcañizana es una pionera de la escritura de la Historia de las Mujeres en España, por vocación y por enfoque incluso. Es frecuente hoy disculpar ideas que se escribieron hace dos o tres décadas sin enfoque feminista alguno, ni siquiera con ninguna sensibilidad hacia el tema, aludiendo a que «era otra época». A principios de los años 80 del siglo XIX también era otra época (faltaban quince años, por ejemplo, para que comenzara a publicar Menéndez Pidal), y fue entonces cuando una mujer de poco más de treinta años, nacida en Alcañiz, escribe un libro titulado Madres de hombres célebres. A finales del siglo XIX en España, pese a los esfuerzos de renovadores como los de Altamira, el sujeto historiográfico era muy estable y definido: el gran personaje (varón, o virilizado). Desde ahí, es interesante la cuña que añade Gimeno desde el propio título, al situar a la madre como protagonista, aunque sea en cuanto prefiguración del propio sujeto historiográfico, haciendo un bucle que revierte en beneficio femenino, que accede así a esta categoría, de una manera vicaria, sí, pero accede. En realidad, es un precedente del relato sobre «la hermana de Shakespeare» que narra Virginia Woolf más sistematizadamente y con mayor carga crítica. En vez de la hermana, las madres: gracias a ellas, a su influencia y su dedicación (a los hijos) permitieron que éstos descollaran.

Un rápido vistazo a los libros y opúsculos de Historia que escribió Gimeno (muchas fruto de conferencias ateneístas y en otros selectos círculos intelectuales), con explícitas referencias en muchos desde el título a las mujeres, parecen sobrados argumentos para justificar el interés que mantuvo hacia este área: Civilización de los Antiguos Pueblos Mexicanos (Disertación histórica leída por su autora en el Ateneo de Madrid, 17 de junio de 1890); Mujeres de la Revolución Francesa (Disertación leída en el Ateneo de Madrid en la noche del 25 de marzo de 1891); Ventajas de instruir a la mujer y sus aptitudes para instruirse (Disertación leída en el Ateneo de Madrid el 6 de mayo de 1895); Mujeres. Vidas paralelas (1893); Mujeres de raza latina (1904); Mujeres de regia estirpe (1907). Si a ellos les añadimos los numerosísimos libros que se titulan La mujer…, Las mujeres… posiblemente estamos ante de las grandes autorías obsesionadas por la instrucción femenina. Ella nunca se presenta, obviamente, como historiadora (lo que sería un oficio y una práctica intrusista), sino como escritora, imperando un marcado interés y tono periodístico, divulgador, y con intención de saber comunicar, de llegar a la gente y hacer comprensible el mensaje. Como escritora, en su época, triunfó y fue una firma influyente y reconocida, como demuestra la entusiasta recepción de sus libros. La Mujer juzgada por una mujer se agotó en poco tiempo, requiriendo nueve ediciones (SALVANY, 1895: 10-11), y así ocurrió con muchos otros de sus títulos. En este sentido, la tribuna periodística le valió también para publicitarlos y darlos a conocer.

Se advierte un continuo interés en todos sus ensayos en autorizar a las mujeres contemporáneas a través del recurso a la genealogía de mujeres del pasado, estrategia a la que volverá ex novo la historia de las mujeres en España desde su recuperación en la década de los setenta del pasado siglo. Gimeno sostiene una perspectiva histórica cuando habla de la situación de las mujeres, y a ese interés en la historia como fuente legitimadora le añade un despliegue de autoridades femeninas. Véase:

La escritora existirá siempre como ha existido en todas las épocas. Lo mismo entre los gentiles que entre los cristianos, en las altas clases sociales que en las clases plebeyas, han brillado mujeres de númen poético.

Es una aberración suponer que la mujer pervierte sus sanas costumbres y puras ideas, cuando eleva su entendimiento por el estudio.

Al frente de las más notables escritoras podemos colocar a Santa Teresa de Jesús, Santa Catalina de Sena, a Tecla, discípula de San Pablo, a Valeria Proba, a Hildegarda, y a otras muchas mujeres que se distinguieron por sus virtudes y sabiduría,

(GIMENO DE FLAQUER, 1877: 227)

ideas que luego las repetirá en 1903 en su discurso del Ateneo. Permítaseme una pequeña digresión para señalar la importancia de la cita a Hildegarda de Bingen como autoridad en 1877. ¿Dónde habría leído sobre ella la joven Concepción para colocarla al nivel de las otras mujeres nombradas? Un tema interesante, que habrá que investigar…

Muy pocos precedentes había en España de mujeres con tanto interés por el argumento histórico como fuente de legitimación o, simplemente, por el propio argumento histórico en sí, y habríamos de acudir a vagos referentes, que seguramente no conoció la aragonesa, autoras antiguas como Bernarda Ferreira de Lacerda (1595-1644), autora de Hespaña Libertada, cuya primera parte salió impresa en 1618, texto que es probable que lo escribiera un tanto presionada y no por un interés sincero (Baranda, 2003), para acercarnos a un texto femenino vindicador planteado desde planteamientos históricos.

En su etapa de directora y colaboradora de El Álbum Hispano-Americano (técnicamente sólo lo dirige de 1890 a 1892, sin que aparezca nombre de la dirección hasta 1900, en que será su marido: BIANCHI, 2007: 94), “«ilustración [que] regala a las señoras subscriptoras un periódico de modas titulado La Elegancia»”, Gimeno alentó la escritura de mujeres y la reflexión sobre la cuestión de los roles jugados en la sociedad por uno y otro sexo. Por encima de todo, incluso del grado de mayor o menor reivindicación, se aprecia la creación de una corriente de opinión hispanoamericana (Colombia, Venezuela, Perú, México, España), de la que Gimeno fue creadora y transmisora, a favor de la capacidad intelectual de las mujeres, vertida en las siguientes colaboraciones (HERNÁNDEZ PRIETO, 1993: entradas 4, 15, 35, 62, 63, 127, 235, 305):

  • 1891.- Lindley de Phipps, Josefina: «La mujer en la gran exposición colombiana de Chicago, 1893».
  • 1892.- Puga, Amalia (Perú): «La literatura en la mujer».
  • 1893.- Acosta de Samper, Soledad (Colombia): «Aptitud de la mujer para ejercer todas las profesiones. Memoria presentada en el Congreso Pedagógico Hispano-Lusitano-Americano reunido en Madrid en 1892».
  • 1893.- Bolet Peraza. Nicanor (Venezuela): «La mujer venezolana».
  • 1895.- Vigil, José M[aría] (México): «La mujer mexicana».
  • 1896.- Alvarado, Juan C[risóstomo] (Venezuela): «La mujer educada».
  • 1896 y 1897.- Cortés, Enrique (Colombia): «El feminismo», y «Un punto de vista en la vida de la mujer».

La situación la diagnostica la propia escritora con valentía y autoridad:

El hombre español le permite a la mujer ser frívola, vana, aturdida, ligera, superficial, beata y coqueta, pero no le permite ser escritora.

Una mujer puede gastar grandes cantidades en los fútiles caprichos que inventa la inconstante deidad apellidada Moda, pero no debe gastar veinte reales en un libro. Ésta es la lógica de la generalidad de los hombres. (GIMENO DE FLAQUER, 1877: 211)

Finalmente, el interés por la Historia se aprecia en los contenidos del Álbum Ibero-Americano cuando Gimeno lo dirigió, lugar donde Josefa Pujol de Collado escribe «Alejandría (en los primeros tiempos del cristianismo)», de fondo erudito, o donde Carolina Coronado publica un artículo de historia y viajes en 1891 en el que, al modo de las excusationes benevolentiae de las escritoras medievales, busca la legitimidad de su saber en el río Tajo, mediante un curioso procedimiento tradicionalmente buscado en la figura de la divinidad:

¿Por qué había yo de disputar a los sabios el derecho de leer ellos solos lo que dicen los libros cuando te tengo a ti que me contastes [sic] la historia de la infanta Galiana y las hazañas del Cid Campeador antes de saber leer ni pensar que jamás hubiese de escribir? (cit. en CHOZAS RUIZ-BELLOSO, 2005)

Pero donde Gimeno de Flaquer vierte de una manera clara su interés en la Historia de las Mujeres es en su ensayo Madres de hombres célebres, de cuyos contenidos básicos paso a dar cuenta.

4. Ediciones de Madres de hombres célebres en México y España

Cuando preparé la ponencia que motivó estas páginas en el contexto de la X.ª edición del Seminario Permanente «Fuentes literarias para la Historia de las Mujeres» (2008), accedí al único ejemplar del libro conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid, publicado en 1895. Conocía otras obras de Gimeno, me atraía su figura y me pareció que este libro, de curioso título, podría deparar sorpresas para pensar en la escritura de la historia de las mujeres en España, y a pesar de las fechas ofrecidas hasta ese momento por la escasa bibliografía que se había ocupado de Gimeno, con escasas excepciones, fue fácil deducir que la obra debía estar redactada algunos años antes, porque en ¿Culpa o expiación?, novela publicada en su cuarta edición en 1890, ya se la cita en el Prólogo como autora de Mujeres de Hombres Célebres. Así la redacción debía predatar esta fecha a pesar de no presentarse como una nueva edición, circunstancia que se solía marcar en la época, como hoy, para subrayar el éxito de una publicación. La digitalización de un ejemplar de Mujeres de Hombres Célebres por la Universidad Autónoma de Nuevo León, fechado en 1885 en México, descubre que se publicó por primera vez en ese país, puesto que el ejemplar puesto a disposición y consulta pública es una tercera edición impresa por la Imprenta del Gobierno, con fecha del Prólogo de Salvany (el mismo que en la edición española) en Madrid, 1883, último año de Gimeno en España. Dicha edición incluye además otro «Prólogo a las madres mexicanas» (GIMENO DE FLAQUER, 1885: 13-18) de la autora, firmado en México, el 25 de agosto de 1884.

Por otro lado, en la Biblioteca Nacional de México constan las tres ediciones que en ese país (¡en apenas año y medio!) se hicieron de la obra, lo que muestra su éxito. Una de 1884 y dos de 1885. Todas con 208 páginas y un leve cambio de formato, según las fichas catalográficas, en la última (de 23 cms se reduce a 20). De ninguna de las ediciones mexicanas, hasta donde sé, se conservan ejemplares en bibliotecas españolas. Se puede pensar que la redacción del ensayo estaba muy avanzada (o finalizada) cuando la autora llegó a México (1883, año en que Salvany firma su introducción, como se dijo) y, una vez allí, incluyó la alocución a las mujeres mexicanas como agradecimiento al pueblo de acogida y para hacer más accesible y atractiva la obra en el país en que se iba a distribuir. Esta hipótesis explicaría que no figure ninguna mexicana protagonizando un capítulo.

Finalmente, es fácil deducir que a la vuelta a España de Gimeno comenzaría los trámites para la publicación española, ocasión que se materializa en 1895 (Madrid, Tipografía de Alfredo Alonso), para la que la autora mantiene el mismo texto, excluida la alocución a las madres mexicanas. No debieron hacerse más ediciones.

5. Contenido y somero análisis de Madres de hombres célebres

En este libro se cita a 128 mujeres (vid. Apéndice) siguiendo los necesarios pasos conducentes a la autorización femenina tanto en la historia contributiva como en la vindicación, etapas necesarias en el nacimiento del feminismo académico y, concretamente, de la Historia de las Mujeres. Es más, gran parte de la bibliografía sobre historia de las mujeres no la ha superado todavía, aun moviéndose en ambientes universitarios y en arquitecturas institucionales «feministas» en sentido lato. Ha de sorprender por tanto esta actitud en un libro redactado a comienzos de los años ochenta del siglo XIX. En la histórica Querella de las Mujeres, uno de los textos más interesantes del periodo inicial, en la Edad Media, son las derivaciones del De claris mulieris boccacciano. Solamente la enumeración de una nómina de mujeres ilustres provocó una surgencia y visibilización de un debate público. Que me conste, no había precedentes de un libro íntegramente dedicado a mujeres con perspectiva, al menos en la literatura hispana (sí de hombres y mujeres célebres, vid. LANDA, 1887-1882).

Se compone el libro de una biografía de la autora, un prólogo, más 14 capítulos hablando de madres de hombres célebres, de las que tres son españolas. Tales «hijos» son Chateaubriand, Constantino, Rafael, Fernando III, Coriolano, el «Rey de Portugal», Washington, Napoleón, Schiller, Goethe, San Luis, Pietro Cossa, Fernando el Emplazado, Gracos, Nerón, Lord Byron y Lamartine.

Gimeno parte de que las mujeres son las depositarias principales de los buenos sentimientos y de la religiosidad. El cristianismo es una religión basada en el amor, por lo que nadie la podría comprender mejor que las mujeres, más proclives al cultivo de este sentimiento (GIMENO DE FLAQUER, 1895: 391), siguiéndose continuas referencias a autores que han ensalzado a su madre, buscando la legitimación de auctoritates. En realidad, tampoco se habla mucho de tales mujeres, las madres de los varones célebres, pero tampoco de ellos. El libro es una excusa formal para tratar temas generales que eran del gusto de la autora, algunos obsesivos y muy de época, como la cruzada continua contra la ostentación y el lujo superfluo, que rezuma en todo el libro como un leitmotiv, así como la reflexión en torno a la maternidad y sus valores, destacando de modo casi determinista la influencia de estas sobre aquellos, para bien o para mal “(«De madres envilecidas [en alusión a la madre de Nerón] nacen generalmente hombres abyectos: así acontece con Agripina»” (177); o “«la influencia maternal puede ser benéfica o nociva, fatal o provechosa»” (187)). Para ello, no duda en acudir a argumentos médicos para demostrar que la constitución física de la madre influye más que la del padre sobre la descendencia (22), vinculando este hecho a la crítica a un tema muy tratado en esta época: las institutrices. Considerada un signo de distinción y de marcar clase social la capacidad de disponer de mujeres que amamantasen a la prole de los estratos privilegiados de la sociedad (amamantadoras por lo general provenientes de los sanos ambientes «rústicos», y especialmente valoradas las de la Montaña santanderina), Gimeno se opone por lo que se acaba de expresar. Si una madre puede criar, al margen de su desahogo económico debiera hacerlo, ya que si no se desacredita la progenitora ante la hija, a lo que suma el prejuicio (de clase, con origen nuevamente medieval) de no fiarse de «manos mercenarias» para delegar algo tan importante como la crianza (23-24). Llegados a este punto, se debe hacer constar que Consuelo Gimeno no fue madre, sin que hasta ahora haya podido averiguar si fue una decisión libre y personal o influyeron otro tipo de motivos.

El objetivo que perseguía el libro era armonizar los papeles de mujer madre y mujer ilustrada (BIEDER, 1992: 1208), mostrar su compatibilidad y, así, justificar a las mujeres de su generación (y a sí misma) portadoras de tales inquietudes vitales y deseosas de realizarlas, frente al ambiente hostil en tanto en el ámbito público como en el privado. En el fondo, reivindicando el papel de madre se busca equilibrar los roles dentro del matrimonio, claramente desfavorables a las mujeres, y más a las que alimentaban inquietudes intelectuales. En esta clave creo que debe leerse Madres de hombres célebres, y por aquí considero que debe establecerse el punto de fuga de esta sutil invitación de la autora: “«Procure la mujer recibir una educación igual a la del hombre […] y en esa armonía de educación estriba el acuerdo de los cónyuges»” (GIMENO DE FLAQUER, 1895: 167-168). Para defender esta postura utilizó la alcañizana un título llamativo y militante, como hizo en muchas de sus publicaciones en que las hace a ellas protagonistas. En definitiva, de lo que se trataba era de llamar la atención sobre su obra.

En este sentido, Gimeno prescinde de presentar una galería de mujeres célebres, conocidas (16) quizá por no apoyar la excepcionalidad de sus figuras, y, en cuanto madres anónimas, autoriza a todas las mujeres que lo son, aunque no se las haya reconocido. Esto la separa de los añejos repertorios illustrium mulierum. Es lo que llama, con brillante conceptualización, la “«celebridad reflejada»” (16). Pero, en el fondo, tampoco es verdad, pues no se limita a citar a las catorce madres respectivas de los personajes principales, como vemos con la nómina de las que recoge, sino que trata de las mujeres en general y reivindica el papel que deben jugar sus contemporáneas, hasta afirmar: “«El Estado soy yo, puede decir la mujer de la edad moderna»” (18). Para apoyar esta reivindicación y hacerse heredera de un debate ya planteado, aunque soslayado, se nutre de citas filofemeninas de autores consagrados como Calderón (59), Lope (114), o el pintor Rafael, pintor de las mujeres, en su opinión (58-59). En este punto, me pregunto que si quien recoge y legitima la tradición misógina, apoyándose en cadenas de citas retrospectivas ad infinitum, debe ser calificado de misógino, o de contribuir al sostenimiento del sistema patriarcal ¿cómo debemos calificar a quien las aúna en el sentido contrario? ¿No fue el mismo argumento el que denunció Cristina de Pizán en las primeras páginas de La ciudad de las damas?

Muchas y variadas son las mujeres a las que se dedica un capítulo, extraídas de la historia europea y norteamericana. Entre ellas, María Ball, madre de Washington, que recopiló máximas religiosas y morales en un cuaderno para su hijo (¡como hiciera Duoda en el lejano siglo IX!) (101), María Leticia, madre de Napoleón, o las “«madres de Schiller [Elisabeth Dorothea Schiller, nacida Kodweiß] y Goethe [Catharina Elisabeth Goethe]»”, la madre de Pietro Cossa, dramaturgo, capaz de ponerse a trabajar para que su hijo pueda entrar al teatro a verlo (145), ya que ella era proletaria (sic, 148), interesante apunte de clase que reconoce el mérito en congéneres de estrato inferior. Es significativo que Gimeno ni siquiera se moleste en averiguar el nombre propio de algunas de estas madres, como las de los citados escritores alemanes. Frente a lo que pudiera parecer, entiendo esta actitud como una reivindicación de las madres en su conjunto, el reconocimiento de su papel.

Pero me interesa glosar el tratamiento que hace de algunas de estas figuras, y las reflexiones que vierte Gimeno de Flaquer al respecto.

5.1. La madre de Chateaubriand y la Ilustración

Ya se dijo cómo cada capítulo era una excusa para tratar de temas generales, más que profundizar en el conocimiento estrictamente biográfico de la madre que se presenta como protagonista del mismo. En este caso, el argumento que se expone al tratar de la progenitora de Chateaubriand quizá sea el primer ejemplo de crítica total a la Ilustración y a la Revolución Francesa firmado por una mujer española (posteriormente, todavía en México, volvería a tratar monográficamente el tema: GIMENO DE FLAQUER, 1889). Además de expresar una admiración galófila cuando afirma que “«[l]a mujer francesa no se resigna a vivir eclipsada»” (32) afirma que la Fronda fue una revolución hecha por mujeres, ya que con Luis XIII, que era misántropo, figuraban poco (32), al contrario de lo que ocurrió en el precedente régimen monárquico, pues poco le debían las mujeres a la época de Luis XIV, donde no fueron muy consideradas (33). Así,

Francia es el primer pueblo que promulgó la ley sálica, y sin embargo, las francesas son las mujeres que más se han asociado siempre a la vida pública del hombre. Ellas se han vengado en todas épocas de los que la alejaron del trono, reinando sobre las almas. (31)

Seguidamente, dedica un par de páginas a la participación de las mujeres en la Revolución del 93 (34-35). Insisto en que no deben tomarse estas reflexiones como feminismo avant la lettre, porque otros eran los intereses que animaban a la escritora de Alcañiz. No obstante, me parece significativo que haya que esperar un siglo en nuestro país para que llegue la obra de Celia Amorós y sus discípulas y ver enhebrada una crítica en clave feminista, ahora sí, sistemática, a la Revolución Francesa y la Ilustración.

5.2. La madre de Constantino y las mujeres cristianas

Este capítulo homenajea a las romanas cristianas, y así conviven Claudia, la mujer de Poncio Pilatos, que se oponía a la orden de su marido que ordenaba la muerte de Cristo (42), las mujeres que le acompañaron en su Pasión (41-42), con especial atención a la figura de la Magdalena (42-44), sin olvidar a (santa) Elena, la madre de Constantino, que viajó a Tierra Santa e inició allí excavaciones en busca del lignum crucis (46), lo que le ha valido el honor de ser la primera arqueóloga documentada, en opinión de Gimeno (efectivamente, se celebra su festividad en la Iglesia Occidental el 18 de agosto, siendo patrona, entre otras cosas, de la Arqueología). Por vía de la anécdota, se subraya el papel femenino en el conocimiento histórico, en este caso aludiendo a una disciplina en ciernes, la arqueología, que transitaba por entonces de la organización de meras excavaciones para proporcionar «antigüedades» a los gabinetes ad hoc, a ser parte de pleno derecho de la ciencia histórica, por el conocimiento que podía aportar al estudio de documentos, única metodología hasta entonces desarrollada para acceder al estudio del pasado. De Elena se subraya, además, que abolió los combates de gladiadores, la costumbre de mutilar a los esclavos, así como la de marcar a los condenados en la frente y morir en la cruz.

Más adelante, también destacará el papel jugado por Isabel II en el mecenazgo y su contribución al descubrimiento del Poema de Alfonso XI (97).

5.3. Reinas medievales ibéricas

El personaje encargado de encabezar este tema es la reina doña Berenguela, madre de Fernando III, de quien destaca, como rasgos de carácter, su condición pacificadora, prudente y discreta. En una operación muy gimeniana, de relacionar a unas mujeres con otras (vid. la relación entre Volumnia, madre de Coriolano, y Valeria, 81-83), la vincula con Blanca de Castilla (65), sin olvidarse de citar espacios privilegiados de sociabilidad femenina en la Edad Media, trayendo a colación la munificencia histórica del monasterio cisterciense burgalés de Las Huelgas (66). Esta vía, el estudio del monacato femenino, nuevamente más de un siglo después, producirá un auténtico cambio de paradigma en el tratamiento del papel de las mujeres en la religiosidad medieval y moderna, y por ende, en la sociedad.

Blanca de Castilla, madre del rey francés san Luis, será protagonista también de un capítulo, que sirve para exponer críticas hacia la vecina Francia enlazando «la cuestión femenina» con el prurito nacionalista: “«No podían soportar los franceses el ser gobernados por una mujer, y por una española»” Tenía alma varonil (137).

María de Molina, madre de Fernando IV, el Emplazado, compondrá la terna de mujeres medievales a quienes se dedica un apartado. Resalta su papel político como esposa de Sancho el Bravo, regente de su hijo Fernando IV, y luego de su nieto Alfonso XI, lo que vale para compararla con Isabel la Católica (155). Enlaza con reflexiones generales sobre las mujeres en la Edad Media (158-159), calificando su situación de marginación como interclasista, pues lo mismo debía obedecer ciegamente la joven rica a su padre, que la plebeya al capricho de su señor (159). Un punto de vista interesante, que sólo después de algunos años de historiografía feminista se planteará en profundidad. Fue una manera inicial de poner sobre la mesa categorías distintas de pensar la historia. En un periodo en que el materialismo histórico comenzaba a tener adeptos, y por tanto la teoría de la lucha de clases (a las que en ningún momento se refiere Gimeno explícitamente), afirma:

Tan vasalla era para el barón de la Edad Media la villana nacida en sus dominios, como la esposa descendiente de mansión señorial […] deslizábase su vida entre el reclinatorio de la capilla, la tapicería del bastidor y la contemplación de su carcelero. El fin era el claustro. Las ceremonias que seguían a la boda eran humillantes. (158-159)

Como Gimeno de Flaquer había expresado en las primeras páginas de la obra que no quería hablar de mujeres poderosas en cuanto tales, como las reinas, explica cómo estas han destacado porque se las ha educado para destacar (162). Pero era difícil resistirse a la tentación de tratar las mujeres más estudiadas, de la que más datos había (nuevamente, habrá que esperar a la llegada de la Historia de las Mujeres reciente para trascender este modelo), y muestra, muy sucintamente, eso sí, una extensa galería de reinas ilustres y cultas (95-96), a la que siguen otras mujeres de la Casa Real española que históricamente destacaron (97-99).

A pesar de estas concesiones a las mujeres notorias, el corolario de su planteamiento lo expresó con claridad:

No, no hay inferioridad en la mujer; los dos sexos están dotados de iguales aptitudes intelectuales, y si no dan el mismo resultado es porque se aplican a distintos fines. En los pueblos en que se instruye a los niños y las niñas del mismo modo, admira la precocidad de éstas […] Nadie lo pondrá en duda: los órganos que más se ejercitan, son los que más de desarrollan; y la energía de las funciones del cerebro depende del ejercicio de éste. (161)

Lejos de apoyar la importancia de mujeres u hombres por razón de nacimiento en un estrato social u otro, reconoce sin ambages, una y otra vez, que: “«La aristocracia más valiosa es la del talento […] La aristocracia del talento es la verdadera aristocracia de nuestro siglo»” (92-93), tradicional argumento esgrimido por cualquier colectivo marginado.

Un tema, el de la educación femenina como única manera de salir de la postración, que es una constante en la Querella de las Mujeres, también en España. No sólo en sus versiones de finales del siglo XIX (con el impulso institucionista), no sólo en la confianza en la instrucción como medio de alcanzar el progreso, en las lecturas ilustradas (Feijoo, por ejemplo), ni siquiera en las propuestas renacentistas (paradigmático el caso del agustino Martín de Córdoba), sino que hunde sus raíces en el debate medieval pro y antifeminista, para el que hoy hay extensa bibliografía referida al contexto ibérico que, a buen seguro, le hubiera sorprendido conocer a la incansable vindicadora aragonesa.

6. Conclusión

Las propuestas de Gimeno de Flaquer expresadas en Madres de hombres célebres suenan hoy ingenuas. Deudora de una cierta visión adánica de la evolución histórica, por la que se vincula las épocas pretecnológicas con una mejor situación femenina porque “«cuanto más puras son las costumbres, mayor es la preponderancia de la mujer»” (71), afirmación que hace en el contexto de la historia de Roma, marcando como mejor periodo para las mujeres la República que la época del Imperio.

Hay que hacer el esfuerzo de situar a esta autora alcañizana en su contexto histórico y social, por un lado, y en el historiográfico, después. Madres de hombres célebres, obra escrita en la juventud de Concepción Gimeno de Flaquer, cuando contaba con poco más de treinta años (no antes de 1883), no es una rareza las preocupaciones de la autora alcañizana, sino la sistematización de una constante que la acompañó toda su vida, que fue esa búsqueda de referentes en las mujeres del pasado, la búsqueda de una genealogía.

Libro escrito con un tono más ensayístico, periodístico en ocasiones, que erudito, constituye un precedente directo de la historia de la escritura de las mujeres en castellano. Otro cantar es conocer qué influencia haya podido tener en autoras o autores sucesivos. La brutal cesura que las décadas de Dictadura provocaron en forma de escribir la historia contribuyó al total olvido de este libro (extensible a su autora) que en estas páginas se ha reivindicado. En un relato de la historiografía de las mujeres, creo que ocupa un lugar destacado, si no por enfoque, sí por cronología y por intención. Situar a mujeres como protagonistas del título (su condición de «madres» sería adjetivo) y listar a bastante más de un centenar, no fue una empresa que se hubiera acometido hasta entonces y no sé cuánto tiempo hubo de pasar para repetirse.

Apéndice

Relación de las 128 mujeres citadas en Madres de hombres célebres, según la edición madrileña de 18952

  • Agripina, madre de Nerón (XIII)
  • Alejandra, princesa (99)
  • Alisia de Champaña, madre de Felipe Augusto (162)
  • Amalasunta, madre de Alarico (162)
  • Ana Amalia de Brunswich, regente en la corte de Weimar (134)
  • Arqueanasa, hetaira (170)
  • Arquipa, hetaira (170)
  • Ary Scheffer (122)
  • Aspasia (170)
  • Bavdni, divinidad hindú (50)
  • Bélgica, reina de (99)
  • Berenguela la Grande, madre de Fernando III el Santo (162, y IV)
  • Berenices, esposa de (42)
  • Bettina Brentano (129-130)
  • Blanca de Borbón (157)
  • Blanca de Castilla, madre de San Luis (65, y X)
  • Blanca, infanta Doña (66)
  • Carlota Lengenfeb, esposa de Schiller (133)
  • Catalina de Rusia (162)
  • Catalina de Rusia II (162)
  • Catalina Gordon, madre de lord Byron (XIV)
  • Catalina Isabel Textor, madre de Goethe (60, y IX)
  • Catalina, infanta (66)
  • Caylus (33)
  • Claudia, esposa de Pilatos (41-42)
  • Claviere, madame (35)
  • Cornelia, madre de los Gracos (73, y XIII)
  • Cristina de Suecia, reina (162)
  • Dacier, madame (33)
  • Deshouliers (33)
  • Diotima, hetaira (170)
  • Duquesa de Longueville (33)
  • Elena, madre de Constantino (II)
  • Eleonora, madre de Blanca de Castilla e hija de Enrique I de Inglaterra (136)
  • Elisabeth (35)
  • Enrique VIII, hija de (162)
  • Eugenia, emperatriz (95)
  • Eulalia, infanta, hermana de Paz de Borbón (98-99)
  • Fernando III, una hija (66)
  • Frine, hetaira (170)
  • Genlis, madame de (195)
  • Gounod, madame, madre de Gounod (123)
  • Gracias (61)
  • Guizot, madame (136)
  • Helena (47-48)
  • Hija Carlos V que llora por Maximiliano de Austria (163)
  • Inglaterra, reina de (96)
  • Ingunda, esposa de san Hermenegildo (50)
  • Isabel de Portugal (163)
  • Isabel de Rumanía, reina (95)
  • Isabel Dorotea Kodweiss, madre de Schiller (IX)
  • Isabel II (96-97)
  • Isabel la Católica (155)
  • Jacobo II, hija de (162)
  • Knos, lady, esposa del general Knos (112)
  • La Fayette (33)
  • Lacmi, divinidad hindú (50)
  • Lais, hetaira (170)
  • Lambert (33)
  • Lamia, hetaira (170)
  • Lefort, madame (35)
  • Leonor de Inglaterra (66)
  • Leonor, infanta (66)
  • Leontia, hetaira (170)
  • Lortet, madre de (149)
  • Lucila, hermana de Chateaubriand (30)
  • Mafalda, infanta (66)
  • Mafalda, reina (89)
  • Maggia Ciarla, madre de Rafael Sanzio (III)
  • Maintenon, madame de, madre de Lamartine (XIV)
  • Margarita de Austria (66)
  • Margarita, mujer de Enrique IV de Francia (87)
  • María Adelaida (89)
  • María Antonieta (35)
  • María Ball, madre de Washington (60, y VII)
  • María Cleofás (41)
  • María de Betania (41)
  • María de Molina, madre de Fernando el Emplazado (XII)
  • María Egipcíaca (41)
  • María Leticia Ramolino, esposa de Napoleón (VIII)
  • María Magdalena (41, 42-44)
  • María Pía de Saboya, reina, hija de Víctor Manuel y viuda de Luis I de Portugal (87, y VI)
  • María Salomé (41)
  • María Teresa de Austria (99, 162)
  • Marion Delorme (43)
  • Marta (42)
  • Marta Dandridge, esposa de Washington (110)
  • Martel, condesa de, hija de la condesa de Mirabeu (96)
  • Mesalina (179)
  • Mirrina, hetaira (170)
  • Mónica, santa (51)
  • Montpensier (33)
  • Motteville (33)
  • Natalia, reina de Serbia (99)
  • Necker, madame (136)
  • Ninon de Lenclos (43)
  • Paulina Susana de Bedée, madre de Chateaubriand (28, y I)
  • Paz de Borbón, princesa de Baviera e infanta de España
  • Pietro Cossa, madre de (XI)
  • Pitonisas (49)
  • Recamier, madame de (30)
  • Rémusat, madame de (136)
  • Rousseau, madre de (67)
  • Rousseau, tía de (67)
  • Samaritana, La (42)
  • San Juan Crisóstomo, madre de (50)
  • Sancha, infanta (66)
  • Saravasti, divinidad hindú (50)
  • Scilla, princesa (96)
  • Scudery (33)
  • Sevigné, madame de (29, 33, 137)
  • Sibilas (49, 61)
  • Sofía Arnould (43-44)
  • Stirling, lady (112)
  • Suze (33)
  • Teodotea, hetaira (170)
  • Teresa Carlota Mariana Augusta de Babiera, princesa, sobrina de Maximiliano II de Baviera (99)
  • Teresa, santa (157)
  • Thais, hetaira (170)
  • Urraca, reina de Portugal (66)
  • Valeria, dama romana (81)
  • Verónica, La (42)
  • Victoria, princesa de (96)
  • Violante, esposa de Alfonso X (162)
  • Virgen de la Almudena (98)
  • Virgen del Pilar (105-106)
  • Virgen María (en diferentes ocasiones)
  • Virginia Marini, actriz (146)
  • Volumnia o Veturia, madre de Coriolano (V)

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