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Autoría y referencias / Anexos


Lola de Penelas fue una afamada alfarera de Gundivós que en tiempos visitaba las casas para reparar las piezas que sufrían desperfectos.

Sargadelos la eligió para ilustrar «a identificación histórica da muller coa olería», a la que se refiere Luciano García Alén -el principal investigador de la artesanía tradicional gallega- en el texto explicativo que acompañará a esta pieza, de la que se hizo una tirada de mil copias numeradas.

Sesgos de la apropiación de los meritos

Fuente: Album de mulleres, culturagalega.gal

Mujeres en la alfarería de Buño: Memoria de las tareas asignadas y conquistadas (1940-2013)

La producción de forma tradicional de una pieza de alfarería requería una gran fuerza de trabajo, materiales y conocimiento para mezclarlos con tiempo. El proceso básico para la producción no cambió en lo esencial desde la romanización hasta bien entrada la segunda mitad del siglo XX, precisando muchas tareas de más de una persona para realizarlas y conseguir el producto final. Desde esta perspectiva, las labores desarrolladas por todas las personas involucradas en la producción eran fundamentales y así, a pesar de que las tareas de las mujeres eran consideradas como auxiliares en la alfarería, estas tuvieron y tienen un papel esencial en el desarrollo y construcción de las piezas tradicionales.

Trazando un recorrido por el lugar ocupado por las mujeres en lo que se ha escrito sobre la alfarería tradicional de Buño, a menudo se describen sus aportaciones desde la visión sexo-genérica dominante en occidente, en la que se explica el proceso productivo a partir de la división de tareas en función del sexo. Sin embargo, en la dinámica social no siempre esta adscripción se corresponde con el desempeño de las tareas y de los oficios por uno u otro sexo, lo mismo que no siempre el calendario de actividades responde a la lineralidad estricta que podemos deducir de las descripciones etnográficas.

La división general de tareas, en el sistema productivo de la península, indica que las mujeres tienen adscritas las tareas que precisan de paciencia y precisión mientras que a los hombres se les asignan aquellas que tienen que ver con la fuerza y la toma de decisiones. También los testimonios directos recogidos mediante entrevistas para la realización de esta entrada permiten conocer la realidad de los años 30 y 40 del pasado siglo XX e indican que las tareas de las mujeres eran consideradas como auxiliares a las de los hombres.

Ellas proporcionaban “ayuda” al desarrollo del oficio, que se vincula a los hombres alfareros en la medida en que solo ellos son los que acceden al torno o rueda (cómo se le llama en Buño), herramienta que se tenía como central de la producción. Haciendo una revisión de la focalización de la producción en el torno nos acercamos, en este texto, al papel central de las mujeres de Buño pues participaron en la mayor parte de las tareas de la alfarería.

El oficio de la alfarería tradicional puede resumirse en tres fases de producción relacionadas con distintos espacios y tareas:

  1. la recogida y preparación de la materia prima
  2. la confección de las piezas
  3. su comercialización.

En la alfarería de Buño la extracción de barro se hacía fundando un “barreiro” o pozo en el lugar de Barreiros de Buño. Dependiendo del barreiro, podía haber distintos colores y texturas de arcillas, con las que se componía la materia prima para la confección de los diferentes tipos de obra, destinada, fundamentalmente, a uso doméstico. Las mujeres subían las cuencas con barro a partir de un trespiés y roldana. En la subida y transporte hasta el Campo, lugar donde el barro se metía en carros, aprovechaban para limpiar de impurezas la carga y decidían el lugar de colocación de los montones de barro antes de ser transportados al taller. El trabajo en las barreras es descrito por las personas entrevistadas cómo lo más duro de todo el proceso de la alfarería. El transporte del barro en carros hacia las diferentes casas alfareras implicaba un cambio de espacio de producción y precede al pisado, también descrito como otra tarea de las más duras que hacían las mujeres de Buño.

Una vez en el taller, el barro se preparaba según el tipo de pieza que se iba a hacer. Diferentes testigos coinciden al señalar que las tareas de pisado y refinado eran realizadas por mujeres, mas que el amasado, “tarea que precisaba de fuerza” [¡!], era hecha por hombres.

Una vez que se tenía la arcilla, se hacían las bolas, que son los trozos precisos para poner en la forma de la rueda (parte superior del torno) y conseguir una pieza. La confección de la pieza desde la rueda al horno requiere una gran variedad de tareas realizadas en el entorno del taller que van desde levantar o darle forma en la rueda, pasan por la confección de asas, continúan con el secado y finalizan con la decoración. En este caso, la ayuda de toda la familia e, incluso, de jornaleros para la rueda es anotada por diferentes testigos.

Las mujeres, como en el proceso anterior, participaban de todas las tareas salvo la rueda, que fue exclusiva de los hombres y en la que existía una veda social, un tabú, para ellas. No obstante, a pesar del tabú de trabajar en la rueda, las mujeres confeccionaban algunas piezas a la mano o partes de ellas, como asas, decoración o listado una vez que las piezas estaban secas.

Otra fase de confección de las piezas es la hornada, un proceso crucial en la alfarería tradicional que se realizaba fuera del taller, en los hornos comunales. La hornada requería jornadas enteras de trabajo duro en lo que estaban en juego las tareas desarrolladas en el transcurso de un mes o mes y medio para una familia entera. Este conjunto coordinado de tareas (traslado al horno empezando por las piezas recocidas, vidrado, limpieza, horneado…) precisaba de los y de las miembros de la familia y personas a jornal, por lo que la diferenciación de tareas y la organización eran fundamentales.

Las hornadas comienzan con el traslado de las piezas desde los talleres hasta los hornos. Si el taller estaba lejos del horno, se hacía en cestos con paja que las mujeres llevaban en cabeza y hacía falta la ayuda de una o dos personas para colocarlo en cabeza debido a su peso y fragilidad. Esta tarea da lugar a la especialización denominada de porteadoras, que atendían las demandas del horneador, aquel que dirigía la hornada e indicaba el tipo de piezas que precisaba poner en el horno.

Las porteadoras también transportaban las piezas al taller una vez cocidas. Entre ellas destacó Elvira de Clara, de quien se dice que no perdió una pieza en todos sus años de trabajo.

Otras tareas asignadas a las mujeres, llamadas “lameadoras o lamiadoras”, fue la preparación y colocación de la lama para tapar los huecos entre los ladrillos de las paredes del horno propiciando que el calor y el humo se concentraran en la carga. Se dice que María de Caslida fue muy buena lameadora.

Finalmente, una labor destacada encargado a las mujeres fue a hacer los humos. Esta tarea requiere paciencia y conocimiento para ir atizando el fuego del horno en el comienzo de la hornada. Es un momento crucial pues, de calentarse muy rápido, se podría arruinar toda la carga del horno. De la importancia de esta tarea nace el nombre de mujer de los humos.

Entre las mujeres de los humos que se recuerdan están Carmela de la Grecha, Lola del Rulo, Consuelo de Quiterio, Filomena de Marinero y Lola de Veloi. Además, se recuerda a Lola del Ghañoto, quien dirigía y participaba en todas las tareas descritas salvo en el horneado y en la rueda. Otra mujer que destacó cómo porteadora fue Manuela de Mariñán, que también fue mujer de los humos y quien se encarga en la actualidad, a sus casi 80 años, de hacer los humos en las coceduras tradicionales del Ecomuseo del Horno del Fuerte durante la Muestra de alfarería tradicional que tiene lugar cada mes de agosto desde hace ya 30 años.

Los humos dejaban paso a los tizadores, que acercaban el tojo a la boca del horno y por veces o turnos iban introduciéndola junto con el horneador. La hornada finalizaba con la “carroa”, en la que se ofrecía comid para las personas que participaron en la hornada a manera de celebración por terminar la producción de piezas.

Una vez finalizado el proceso de realización de la pieza con el deshornado, se procedía a la venta de la producción a través de los comerciantes, llamados “xalleiros” y arrieros, bien en ferias o bien a través de las llamadas escardeleiras (mujeres que compraban loza defectuosa, la reparaban y la revendían). Estas vendían la “escardada”, aquellas piezas que por estar defectuosas no se adquirían a través de comerciantes pero que estaban en condiciones de uso.

La vivencia del mundo de la alfarería en los años de la posguerra nos habla de un proceso de producción que requería mucha mano de obra y un gran esfuerzo en años de necesidad y precariedad. Niñas y niños comenzaban a trabajar muy temprano y en los años 50 muchas y muchos dejaron las casas hacia la emigración, lo que supuso una gran ruptura en la producción alfarera de Buño.

Los grandes cambios en algunas fases del trabajo de la alfarería se produjeron a partir de los años 60 y sobre todo 70, y se debieron, en parte, a la construcción de hornos individuales, a los nuevos combustibles y a la incorporación de maquinaria para lo preparado de las materias primas.

A finales de la década de 1970, coincidiendo con el cambio político, diferentes fuentes sitúan la introducción de maquinaria para los procesos más pesados, así como la individualización de la producción pues ya había casas que contaban con hornos particulares y abandonaron los hornos comunales. Quizás podamos relacionar estos hechos con que un grupo de mujeres se atrevieran a romper el tabú y, de forma pública, comenzaran a trabajar el barro a pesar de la sanción social que eso supuso y sin poder contar con el aprendizaje tradicional desde niñas, como era en el caso de los niños.

Medalla de Oro de Bellas Artes

Los oleiros de Buño, reconocidos con la Medalla de Oro de Bellas Artes que les entregará el Rey en una próxima ceremonia en A Coruña, conforman el pueblo alfarero con mayor arraigo tradicional en Europa. Reportaje en La Opinión Coruña.


El ejemplo de las "oleiras" galegas


El homenaje de Sargadelos

Es tal la identificación histórica de la mujer con la alfarería que se puede suponer que fueron manos femeninas las que modelaron las primeras formar cerámicas en las viviendas familiares de las culturas primitivas.

La mujer nació para ser madre y para instruir a las criaturas en las iniciales actitudes y movimientos: el uso de la concavidad de las manos para beber en un riachuelo y, como madre-alfarera, moldear el barro para hacer cuencos en las originarias sociedades recolectoras. De esta forma, la alfarería, en la historia de la cultura, será tanto más femenina cuanto más se mantenga en la rusticidad, y en la baja economía.

Consecuentemente, el hombre se hacía presente en la alfarería cuando las ollas eran objeto de comercio. Si nos remitimos a los inicios del siglo XX, en aisladas aldeas gallegas persistía la alfarería hecha por mujeres porque no existían otros modos de vida. Eran aldeas rodeadas de montañas sobre los valles del Sil y del Miño, en las sierras sobre Castrelo, en Santomé y Ramirás, en las montañas orientales de O Bolo, por Portomourisco y O Seixo.

A mediados del siglo XX ya no quedaba quien hiciera ollas en estos lugares. Eran pueblos de olleras, con algún caso en el que también había alfareros que trabajaban en el torno bajo en la cocina. Después llevaban las ollas a cuestas, atadas con cuerdas por todos los pueblos del valle, para cambiarlas por alimentos. Con este recurso evitaban el hambre del año porque las tierras de la montaña no eran productivas.

"Lola de Penelas"


“Os homes incorporánronse á alfarería cando se fixo produtiva”


oleiras_galegas.txt · Última modificación: 2024/02/22 20:01 por iagoglez