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De pescadera a pescadora

Fuente: A Opinión Coruña, Gema Malvido, 23-07-23

En A Coruña: “Llevo el salitre en la sangre”

Lorena Domínguez cerró su tienda en el pasadizo de Ramón y Cajal y se puso a estudiar para ir al mar | Ahora, hace las prácticas de pesca en el barco de su padre, el ‘Novo Cazador’


Lorena Domínguez, con su padre, Manuel, y su hermano Manuel Antonio, a bordo del 'Novo Cazador'. Cedida por Lorena Domínguez

Lorena Domínguez dice que lleva “el salitre en la sangre”. Viene de una familia en la que entre sus padres, sus primos y sus tíos hay seis barcos y, aunque ella siempre estuvo vinculada al mar, ahora lo está mucho más si cabe, desde que decidió cerrar la pescadería que llevaba su nombre en el pasadizo que une Ramón y Cajal con Novoa Santos y abrir los libros para hacer “lo que más” le gusta “en la vida”.


Lorena Domínguez, en el muelle. | CEDIDA POR LORENA DOMÍNGUEZ</fs>
Uno de los paisajes en el mar desde el ‘Novo Cazador’. | CEDIDA POR LORENA DOMÍNGUEZ </fs> “Esto fue lo mejor que pude hacer, un cambio increíble en mi vida. Además de conseguir con mucho esfuerzo sacar Puente y de Máquinas (un ciclo polivalente), tuve que preparar el acceso al grado superior para hacer altura, que aprobé con un 8,5. Fue un año redondo para mí y un ejemplo para mis hijos, para que vean que si se quiere, se puede”, explica Domínguez, que se considera “muy afortunada” por haber emprendido este camino que la ha llevado al mar. No le quita ni un ápice de dureza a lo que está viviendo y, a diferencia de lo que pasaría en otras familias, la suya siempre la ha apoyado. “Al contrario, al tener barcos en casa nos animan a que vayamos al mar, porque vives unas experiencias increíbles. A mí el mar me da libertad y me da paisajes, me da muchas cosas, y mi padre está feliz y muy orgulloso”, reconoce Domínguez que, al estar embarcada con su hermano y en el barco familiar, sabe que tiene mucho camino andado, aunque no todo, porque la parte de estudiar la tuvo que hacer sin ayuda, aunque sí con la complicidad de sus profesores y compañeros de la escuela en Ferrol. “Me apoyaron mucho y vieron que se me daba bien, porque fui la mejor nota de mi promoción y me animaron a que estudiase también altura, que las posibilidades eran mucho mayores, y ahora voy a hacer el Grado Superior de Transporte Marítimo y Pesca de Altura”, relata Domínguez. Es una titulación que le valdría para embarcar en un mercante o para entrar en los barcos de la Xunta, que es su objetivo. También en los de Aduanas e, incluso, para los yates de grandes esloras. A pesar de que tenía la opción de estudiarlo en A Coruña, se decantó por continuar sus estudios en Ferrol, donde los empezó siendo la única chica de su promoción y con solo una compañera más en el curso que ahora hará ella, el de altura. “Hay gente que admira que una mujer vaya en un barco de pesca. La verdad es que no hay marineros de aquí para ir al mar, solo embarcan senegaleses e indonesios ahora”, reconoce Domínguez, que asegura que ella ha sentido “un apoyo increíble” tanto por parte de sus compañeros de la escuela de Ferrol como en el barco. “Al principio, los senegaleses no me querían mucho, pero ahora no quieren que me vaya”, explica Domínguez. No es que tuviesen nada en su contra cuando la vieron llegar o cuando supieron que tendrían que compartir embarcación y jornadas de trabajo, sino que era una cuestión cultural y de superstición, porque “ellos creen que las mujeres dan mala suerte”. “A mí me respetan y me llaman la jefa, pero yo lo tengo más fácil, porque voy en el barco de mi padre, voy con mi hermano. Si fuese otra chica, igual las pasaba canutas en la pesca, yo eso lo reconozco también”, relata Lorena, que asegura que, en la escuela náutica, tanto a ella como a la otra compañera, siempre las trataron “como a uno más” y las intentaron ayudar en lo que pudieron. “A mí, sobre todo, mis compañeros me ayudaron en Máquinas porque yo no sabía ni dónde estaba un cojinete y casi ni lo que era una batería. Ellos eran muy buenos en las prácticas y yo, haciendo las fórmulas y calculando; entonces, nos ayudábamos mucho”, confiesa Domínguez, a quien estas prácticas la están llevando por Santoña, con la campaña de la anchoa, también por Gijón y Avilés. “Yo soy una más de la tripulación, voy más en el puente, pero también hago trabajos de cubierta. A la hora de largar la red, por ejemplo, yo quito las anillas, me preocupo de la tira de proa, también estoy en la bodega para seleccionar el pescado… Mi hermano me da caña”, dice entre risas, pero lo hace porque defiende que un patrón tiene que saber todos los trabajos que se hacen en el barco y aprenderlos desde abajo. En el buque conviven diez personas y, para adaptarse a la nueva situación de llevar una mujer a bordo, Lorena duerme en el camarote del puente.
Lorena Domínguez y su hermano, Manuel Antonio. | CEDIDA POR L. D.</fs> A pesar de la dureza del trabajo en el mar, Domínguez explica que, por ahora, no ha pasado miedo ningún día, aunque sabe que ese momento puede llegar. “En la escuela náutica me quitaron muchos miedos porque, estando en el mar, el lugar más seguro es el buque, por eso es lo último que se tiene que abandonar en caso de accidente. Además, el barco de mi padre es grande, mide 24 metros, y estamos en verano y el mar está en calma. Ahora tampoco se hacen las salvajadas que se hacían antes, de salir a pescar con temporal”, reconoce Lorena, que recomienda a más mujeres esta experiencia y este modelo de vida, apegado al mar. “En este mundo hay mucho machismo, pero yo, por lo menos, no he tenido problema. Cuando llegamos a tierra voy a vender el pescado y eso lo disfruto como si estuviese de crucero, la verdad”, relata Lorena, que, en la campaña de la anchoa trabaja durante toda la noche, desde la puesta del sol hasta su salida, y va todos los días a tierra, ya que descargan por la mañana. Reconoce que se le hace “duro” despedirse de los niños, y que piensa en que le puede “pasar algo” aunque es consciente de que eso no debe pensarlo e ir semana a semana. A diferencia de cómo se iba antes al mar, ella puede hacer videollamadas con ellos todos los días. “A mí lo que más me gusta es cuando largamos el aparejo y esperamos a ver cuánto cogemos, también andar buscando el pescado y las vistas, porque eso no se ve en ningún otro lado”, explica Domínguez, que incide en que, con las limitaciones y los cupos, ahora van a lo que les dejen pescar y a lo que mejor se pague, ya sea jurel, sardina, boquerón o, como en este caso, anchoa. Su plan, ahora, es seguir estudiando y, si puede, combinarlo con los días de mar. Ella, que estuvo tras el mostrador de su pescadería durante años, se hartó de defender que el pescado no era caro cuando los clientes se quejaban. “Siempre les decía si les gustaría que fuesen sus hijos a pescarlo y me decían que no y me acordaba de lo que decía Fraga de que ‘quen queira rodaballo, que molle o carallo”. Ahora, es ella quien se moja por los demás. “En el confinamiento tuve la sensación de que trabajaba las 24 horas del día” </WRAP>

de_pescadera_a_pescadora.txt · Última modificación: 2023/07/28 11:46 por isabel